jueves, 8 de diciembre de 2022

Las palabras que no existen

de Joan A. Merino

Foto de mi autoría

 

¿Cuáles son las palabras que no existen?  
¿Aquellas que no se dicen?, o, ¿aquellas que dichas se hacen callar? 

 

Amante del arte y de la Historia, Joan A. Merino no podía menos que encaramarse a él y valerse de las obras de Antoni Tápies y de la ya inexistente presencia del monasterio de san Francisco de Paula en Barcelona para crear un entorno, un vínculo, que unirá a los personajes y a sus historias, a sus búsquedas y a sus obsesiones. 
Es por ello que cabe destacar la magnífica documentación realizada, a través de la cual lleva a recorrer la historia antigua de la ciudad y sus recovecos, a pisar sus calles con esa mirada al pasado y desvela ciertos secretos que se esconden y que se destruyen para mantener vivos los intereses de la Iglesia, incentivados ahora por la localización de un Códice del s. XVII y que, de ver la luz, pondría en peligro la institución, su poder y sus vicios. Por ello, esta novela tiene la dualidad del tiempo, desde las manos que sostienen el Códice en su primigenio momento hasta la actualidad, donde los códices son binarios. 
 
La violencia salvaje, el sexo, la homofobia, la trata de blancas y todo aquello más horrible que podamos llegar a imaginar del comportamiento humano escondido en la Darknet. Un Códice custodiado desde siglos y cuya luz supondría el destronamiento de muchas intituciones cuyos abusos de poder han llegado hasta la actualidad y, por último, unos extraños asesinatos que salpican la existencia de un cuadro del pintor Antoni Tàpies —curiosamente, en sus obras siempre hay cruces—.  Nada tienen, aparentemente, en común estos tres elementos, como no lo tienen sus personajes, de personalidades muy marcadas, diseñadas o estructuradas para empatizar o no con el lector de una forma rotunda. Pero el conjunto hace que las páginas de Las palabras que no existen remuevan la fibra y  enganchen hasta decir fin.
 
De una parte, un sacerdote, Romasanta —un apellido muy acertado por el autor—, el empleado de Dios a sueldo de los Servicios Secretos del Vaticano y formado en el Mossad. Aunque la Santa Inquisición ha cambiado de nombre, su oscuridad brilla desde los fondos más oscuros de la red: la Darknet. Si todos tenemos nuestros demonios, los de él están a la altura de Lucifer. Romasanta  es, a la vez que malvado, un hombre con una personalidad muy atrayente, que te atrapa hasta no dejarte indiferente. Un hombre sin escrúpulos que bien podría parecer un dandy por sus gustos y refinamientos y por la idiosincrasia de sus gestos. Con él, la mezcla de amor-odio está latente.

Por otro lado, los Cuerpos de Seguridad del Estado. En este caso la Guardia Civil, representada por la teniente Goikoechea, victima de un atentado terrorista y cuyo leitmotiv es su entrega al Cuerpo. Junto a los Mossos d'Esquadra —la policía autonómica de Cataluña— y una hacker, que no es cualquiera, sino con una identidad propia, intentarán, sea como sea, poder desentrañar los extraños y salvajes crímenes que están ocurriendo en la ciudad de Barcelona, ubicación central de esta historia y que se escuentra sumida en una complejidad política a la que no ayuda esa serie de asesinatos.

Puedo decir que esta novel noir trepidante, llena de pequeños detalles y grandes guiños, es como una cadena formada por diferentes eslabones. Una historia violenta a través de la cual se ponen en tela de juicio los valores de sus protagonistas y de la sociedad en la que viven. 
El lenguaje no es nada complejo, incluso diría que a veces es muy coloquial, acercando, todavía más si cabe, a lacomprensión de los personajes y, en consecuencia, de la trama. Utiliza frases sencillas, breves, como sentencias, como pequeños códigos facilmente descriptibles. Incluso los latinajos sacros que visten ciertas escenas y que otorgan empaque.
 
Seguro que me dejo algunas cosas pero para esto están «las palabras que no existen», las que debe descubrir cada lector y adivinar, entre los espacios blancos, el carisma y potencia de esta primera novela de Joan A. Merino donde, también, sin duda alguna, hay amor.
 

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